lunes, 30 de enero de 2012

Cuando ella le acusó de vivir perpetuamente en el pasado, de no saber adaptarse a las circunstancias, de haber quedado detenido en el tiempo como un hombre de hielo, o más aún, como una estatua de sal incapaz de no mirar la destrucción de Sodoma y Gomorra; él simplemente pensó que de algún modo debía redimir sus culpas.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Le hablaba constantemente de los hoplitas, los míticos guerreros espartanos que habían pasado a la historia por su coraje y por todo aquello del paso de las Termópilas, le explicaba historias repletas de valor y furia, de heroísmo y arrojo inconsciente, y sus palabras eran un mar sucio y triste que envolvía aquella habitación de la planta nueve como un manto de esperanza en medio de la batalla irremediablemente perdida. La realidad, pensaba, es una construcción. Por tanto las mentiras podían también ser la realidad, la que ellos quisieran que fuera, y en ella cabían planes de futuro y viajes y promesas de dejar el tabaco y renuncias a la literatura maldita. Pero los ojos de ella ya no tenían el brillo de la última noche y miraban sin reconocer, pues eran como estrellas incandescentes en la cúpula de la noche oscura, guías y faros entre las tinieblas, y allí, presos, se apagaban como si les faltara el sentido de la existencia, como si fueran radares inutilizados por explosiones nucleares.
La última noche ¿acaso se acordaba?. Le había prometido no seguir viviendo en el pasado, y, sin embargo, allí estaba el Día de San Valentín y los regalos mojados por la lluvia y el sexo y las novelas que habían leído juntos y la Ciudad del Viento y el Templo de Karni Mata. Mal asunto. Apartar todo aquello como hojarasca y centrarse entre aquellas cuatro paredes de color verde de aquel edificio tenebroso con olor a desinfectante y a enfermedad. La muerte espiando celosa por las esquinas mientras él, ahogado en un dolor que le recorría la columna vertebral y anidaba en su pecho y estallaba como una bomba H en todo su ser, le leía unos versos del libro de Neruda que reposaba en la mesilla de noche, al lado de los medicamentos: en mi cielo al crepúsculo eres como una nube, y tu color y forma son como yo los quiero, eres mía, eres mía, mujer de labios dulces, y viven en tu vida mis infinitos sueños.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Estaban sentados en el Peine del Viento, en el extremo de la bahía, y se había acabado la noche y el día amanecía sucio y bello y él pensaba en unos versos de Peri Rossi mientras fumaban el último a medias y la anfetamina les mantenía alertas y tristes y excitados. Se miraban a los ojos sin verse, las pupilas dilatadas. Se buscaban las manos y él se fijaba en la expresión tan seria que ponía la Maga cuando fumaba, apenas tocando el cigarrillo con los labios finos y temblorosos. Era placentero estar así, pensó un momento, un domingo por la mañana cualquiera en una ciudad que no era la suya, sintiendo vértigo y viéndola fumar. Sin nada que hacer. Sólo estar allí, juntos, sin lugar donde volver. Y luego recorrerían la ciudad y caminarían a zancadas por los bulevares y se volverían locos de contentos y se cogerían las manos frías y sudadas y les daría igual que cayeran gobiernos o estallaran revoluciones o las hipotecas a plazo fijo subieran el tipo de interés. Nada de eso tendría importancia, nada de eso podría interponerse entre el viento de aquella ciudad del norte y la felicidad, que les hacía cosquillas en la nuca como un soplo del averno.

viernes, 22 de julio de 2011

¿Tienes algo de The Jesus and Mary Chain?, le preguntó una noche, quizá hace ya muchos años: bebían bourbon porque a ella no le gustaba la cerveza y fumaban Golden Acapulco porque era lo único que ella podía fumar desde que decidió no perseguir también a Cesárea Tinajero por los desiertos de Sonora. Llovía. Estaban tan terriblemente borrachos y asustados y alegres que todo les daba igual. Él hizo sonar Dirty Water, y Save Me y, por supuesto, Just Like Honey. Y ella sonreía y se abalanzaba sobre él y le comía a besos, mientras él, como en un presentimiento, palpaba los mapas futuros que dibujarían cráteres y abismos sobre su piel , y sonaba it´s good, so good, it´s so good, so good, walking back to you is the hardest thing that i can do, that i can do for you, for you.

domingo, 5 de junio de 2011

Los recuerdos se entrelazan a veces como hebras zarandeadas por el viento en una pradera florida, y la mentira y la verdad juegan al escondite bajo la luz de la luna en callejones sórdidos y perdidos de la ciudad. Si pudiéramos narrar algo sin extrañarlo seguramente hubiéramos encontrado el punto omega, el menos que cero, el Santo Grial, la extensión infinita del universo; pero no, nombramos algo y en seguida pervertimos su significado, la destrozamos como una fina copa bajo un bulldozer. Es nuestra maldición. Vivir atrapados en un mundo de palabras que apenas alcanzan a conocer la realidad absurda a la que intentamos dar sentido narrándola, y por tanto haciéndola tan irreconocible como siempre ha sido la justicia.
Y, sin embargo, qué placer cabalgar a lomos de estas malditas perras negras, qué gozo cogerlas de la mano y acariciarlas y olerles el pelo y follarlas bajo las estrellas; qué dicha si te hablan un día cualquiera, a cualquier hora, y te dicen, bajito, al oído, en un susurro, como en una confidencia de enamorados:
Eras la boina gris y el corazón en calma
En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo
Y las hojas caían en el agua de tu alma.

sábado, 14 de mayo de 2011

Podía sentarse durante horas, días o meses en su mesa de trabajo, engullendo whisky barato, escuchando canciones tristes, escribiendo cosas guarras y poemas postpoéticos, pero nada cambiaría. Sin embargo, había leído lo suficiente a Zizek para saber que la interpasividad era lo opuesto a la interactividad, y que por lo tanto, su pasividad podía ser también un acto de rebeldía en sí misma. Un lío, vamos. Pero tenía que darle sentido a todo aquello, al whisky barato y a las canciones tristes, sobretodo. El resto era la enfermedad que lo enfebrecía, como un delirio a medianoche, llamadme Ismael y vamos a por la gran ballena blanca y esas cosas que te susurran al oído las sibilinas perras negras.
Y puesto que nada cambiaría, que no volvería a citarse con la Maga en los hoteles del amor de la calle del Tigre, en pleno Tokio, puesto que no volvería a recomendarle libros de John Reed ni panfletos situacionistas, puesto que aquella tristeza pegajosa y parasitaria se había convertido en su amiga, su amante, su esposa; le parecía que la teoría de la inacción le venía como anillo al dedo. Si no podía tener a la Maga como la había tenido algunas noches de desolación y alegría riendo furiosos por las calles, andando del brazo de prostitutas de saldo, bañándose desnudos en las playas de la Ciudad del Viento, entonces abandonaba, abandonaba el realismo visceral y el Club de la Serpiente y todos los lugares comunes en los que solían residir; y se instalaba para siempre en su mesa de trabajo, engullendo whisky barato, escuchando canciones tristes, escribiendo cosas guarras y poemas postpoéticos

viernes, 13 de mayo de 2011

Ella le dijo que aquello que él hacía era postpoesía (quizás por el apropiacionismo y el reciclaje al que era tan dado, quizás por el presente continuo o la fragmentación de sus textos), pero aunque hubiera sabido lo que significaba esto, siempre se hubiera negado a considerarse nada más que un juntador de palabras, uno no muy bueno además, un patético aprendiz de brujo que intenta hacer aparecer un conejo de la chistera y sólo consigue desesperación y lágrimas. Al fin y al cabo, palabras.

Las palabras, esas malditas perras negras. ¿Pueden acaso explicar la sensación en los labios al besar sus cicatrices, pueden dotar al mundo de significado, hacerlo pleno, entendible, cognoscible, acaso real?¿Pueden las palabras dar sentido a la muerte, a la enfermedad, a la soledad que lo impregna todo como un rocío maligno en un amanecer postnuclear? Es una lástima el tiempo que se pierde trenzándolas, acariciándolas, mimándolas como si fueran el kaláshnikov que te salvará la vida en la última batalla. Esas malditas perras negras. ¿Pueden ellas, puercas traidoras, abarcar el significado concreto del cielo, de una calle mojada por la lluvia, de un whisky de madrugada o del color del cabello de la Maga reflejándose en el agua estancada del río? Pueden decir, sí, la noche está estrellada quién la desestrellará o vientos del pueblo me llevan, vientos del pueblo me arrastran o vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo, o también cerca de las piedras sin jugo y los insectos vacíos no veré el duelo del sol con las criaturas en carne viva. Todas esas cosas. Literatura. Dulce, confusa y terrible enfermedad, la de ellos.